Una piel lisa, hidratada, tersa y sin vello sigue siendo “patrimonio” de las mujeres. La mayoría de féminas se depila la piernas (82,2%), las cejas (73,3%) o las axilas (84%), entre otras partes de su anatomía. Pero esta prevalencia no hace que pase desapercibido el auge de la depilación del hombre, que quizá por influencia del cine, la moda y el deporte de élite, va librando a su cuerpo de pelo. Paulatinamente, los tatuajes y “piercings” continúan ganando adeptos entre los más jóvenes.
Puesto que los cuerpos de hombres y mujeres en las sociedades del narcisismo aparecen hoy más que nunca vinculados a las prácticas higiénicas, y sometidos al mismo tiempo a los modelos estéticos externos, marcados por cánones difundidos por los medios de comunicación, no es de extrañar que la generalización de algunos hábitos estéticos se considere hoy casi más una cuestión de higiene/limpieza que de belleza. Es el caso de la depilación generalizada de las mujeres españolas, tal como muestra el sondeo.
Han surgido nuevas técnicas indoloras, aunque no del todo definitivas, que sin duda han animado a un gran porcentaje de españolas a depilar mayoritariamente las distintas partes del cuerpo. Más de un 82% de mujeres se depila las piernas; el 71%, las ingles; el 73,3% de mujeres aligera sus cejas, mediante la depilación; el porcentaje de las mujeres que se depilan las axilas sube al casi 84%; y el depilado del labio superior es común en un 50,7 % de los casos.
Íntimo. Novedoso, en estos últimos años, ha sido el incremento de mujeres que se depilan, o retocan, la vellosidad pubiana. Algunos centros estéticos ofrecen técnicas indoloras, aunque la depilación en la intimidad parece ser todavía el sistema más común. Un 34% de las mujeres encuestadas reconoce depilar o retocar su pubis. Por contra, llama la atención que un 65,8% no aligere o dé forma a su vello púbico. Una opción a la que casi empujan los diseños de baño y ropa interior, cada vez más audaces.
El hecho de que para un 55% de hombres el pubis femenino resulte más atractivo depilado o retocado con formas y dibujos, muestra que estamos ante una moda ya implantada, cuya popularidad se debe sin duda a las exageraciones del atuendo (tanto en prendas de baño como en ropa íntima) y a los usos sexuales en términos generales más lúdicos y más exhibicionistas que hace algunas décadas. Cuando las páginas de la prensa femenina recomiendan a las parejas actitudes sexy y provocativas para animar la libido, están invitando a toda una parafernalia estética del erotismo, muy en consonancia con esos pubis depilados que constituyen una novedad de las últimas dos décadas.
Las mujeres, en su mayoría, siguen prefiriendo a los hombres con su vello natural, aunque en las chicas jóvenes vemos una notable tendencia (40%) a sentirse atraídas por hombres depilados. Casi un 15% de varones elige la depilación de axilas, mientras que casi un 14% se rasura las piernas. Son datos cruciales, impensables hace sólo dos décadas, que unidos al alza de los usos cosméticos masculinos (lo veremos en una próxima entrega), prueban que las atenciones estéticas masculinas avanzan a una velocidad de vértigo.
Nada nuevo, por otra parte, en esta obsesión por las pieles lisas y libres de vello. Los hábitos depilatorios de nuestra civilización se pierden en la Historia. Pinzas de depilar prehistóricas, escudillas para aplicar resinas, rústicas navajas barberas, son algunos de los restos arqueológicos que, desde la noche de los tiempos, nos recuerdan la lucha de los seres humanos pilosos por olvidar su condición primigenia.
Debido a la ligera vestimenta de la época, los hombres griegos y romanos fueron muy aficionados a lucir las piernas exentas de vello. En la alta sociedad romana, la depilación era una práctica difundida entre hombres y mujeres, y a menudo se recurría al alipalarius, un esclavo "diestro en aplicar cataplasmas de resina y pez en una especie de depilación a la cera", tal como apunta Juan Eslava Galán en su libro La vida amorosa en Roma.
¿Qué razones podrían conducir a algunas jóvenes contemporáneas a tatuar sus cuerpos o a horadarlos con pendientes en los lugares más insospechados? Sin entrar en análisis antropológicos muy complicados, la explicación de algunos expertos estaría cercana a la concepción del cuerpo como superficie emisora de mensajes. Las decoraciones permanentes sobre la piel, las incisiones en pezones, nariz y párpados, constituirían la demostración de que el territorio corporal pertenece únicamente a la propia persona.
Algunas mujeres tatuadas o anilladas, cuando lo hacen en términos radicales, albergan la idea de que su manifiesto es su propio cuerpo y la valentía de hacer con él lo que les plazca. Pero en la mayoría de los casos, el piercing y los pequeños tatuajes, promovidos por ciertas tendencias, se encontrarían en una paradójica frontera entre la provocación y el sometimiento al magisterio de las anti-modas o las modas de las tribus.
Alarma. El riesgo de arterias rotas, párpados desgarrados y desfiguraciones permanentes, la falta de normativa al respecto y el desconocimiento de los médicos a la hora de eliminar los colgantes metálicos en caso de infección, han empezado a alarmar a las autoridades médicas europeas. Las regulaciones para evitar males mayores serían muy convenientes. Estas encuestas muestran unos porcentajes bastantes elocuentes de piercing entre la juventud española. Un 31% de los jóvenes de 18 a 29 años, de ambos sexos, reconoce llevar algún tipo de piercing, y un tatuaje en casi un 26%. Además, en las fantasías del 17% de mujeres estaría llevar un piercing en el ombligo, mientras que un 14% de hombres se pondría un anillo en la oreja. También un 16% de mujeres se haría un tatuaje en el tobillo.
La historiadora de Arte France Borel afirma que las modificaciones corporales primitivas funcionan a dos niveles: se oponen al paso del tiempo y prefiguran la muerte. La práctica del piercing contemporáneo afirmaría esa dimensión de juventud permanente, puesto que no contempla la evolución futura de las incisiones realizadas, y sólo en un nivel simbólico (como en todo acto masoquista la aniquilación se mantiene como posibilidad latente) se toma conciencia de la muerte.
Por Lourdes Ventura (El Mundo)
Lourdes Ventura, novelista, es autora de los ensayos "La tiranía de la belleza" (Plaza y Janés) y "La mujer y el placer. Hacia un nuevo hedonismo femenino" (Belacqua).
Puesto que los cuerpos de hombres y mujeres en las sociedades del narcisismo aparecen hoy más que nunca vinculados a las prácticas higiénicas, y sometidos al mismo tiempo a los modelos estéticos externos, marcados por cánones difundidos por los medios de comunicación, no es de extrañar que la generalización de algunos hábitos estéticos se considere hoy casi más una cuestión de higiene/limpieza que de belleza. Es el caso de la depilación generalizada de las mujeres españolas, tal como muestra el sondeo.
Han surgido nuevas técnicas indoloras, aunque no del todo definitivas, que sin duda han animado a un gran porcentaje de españolas a depilar mayoritariamente las distintas partes del cuerpo. Más de un 82% de mujeres se depila las piernas; el 71%, las ingles; el 73,3% de mujeres aligera sus cejas, mediante la depilación; el porcentaje de las mujeres que se depilan las axilas sube al casi 84%; y el depilado del labio superior es común en un 50,7 % de los casos.
Íntimo. Novedoso, en estos últimos años, ha sido el incremento de mujeres que se depilan, o retocan, la vellosidad pubiana. Algunos centros estéticos ofrecen técnicas indoloras, aunque la depilación en la intimidad parece ser todavía el sistema más común. Un 34% de las mujeres encuestadas reconoce depilar o retocar su pubis. Por contra, llama la atención que un 65,8% no aligere o dé forma a su vello púbico. Una opción a la que casi empujan los diseños de baño y ropa interior, cada vez más audaces.
El hecho de que para un 55% de hombres el pubis femenino resulte más atractivo depilado o retocado con formas y dibujos, muestra que estamos ante una moda ya implantada, cuya popularidad se debe sin duda a las exageraciones del atuendo (tanto en prendas de baño como en ropa íntima) y a los usos sexuales en términos generales más lúdicos y más exhibicionistas que hace algunas décadas. Cuando las páginas de la prensa femenina recomiendan a las parejas actitudes sexy y provocativas para animar la libido, están invitando a toda una parafernalia estética del erotismo, muy en consonancia con esos pubis depilados que constituyen una novedad de las últimas dos décadas.
Las mujeres, en su mayoría, siguen prefiriendo a los hombres con su vello natural, aunque en las chicas jóvenes vemos una notable tendencia (40%) a sentirse atraídas por hombres depilados. Casi un 15% de varones elige la depilación de axilas, mientras que casi un 14% se rasura las piernas. Son datos cruciales, impensables hace sólo dos décadas, que unidos al alza de los usos cosméticos masculinos (lo veremos en una próxima entrega), prueban que las atenciones estéticas masculinas avanzan a una velocidad de vértigo.
Nada nuevo, por otra parte, en esta obsesión por las pieles lisas y libres de vello. Los hábitos depilatorios de nuestra civilización se pierden en la Historia. Pinzas de depilar prehistóricas, escudillas para aplicar resinas, rústicas navajas barberas, son algunos de los restos arqueológicos que, desde la noche de los tiempos, nos recuerdan la lucha de los seres humanos pilosos por olvidar su condición primigenia.
Debido a la ligera vestimenta de la época, los hombres griegos y romanos fueron muy aficionados a lucir las piernas exentas de vello. En la alta sociedad romana, la depilación era una práctica difundida entre hombres y mujeres, y a menudo se recurría al alipalarius, un esclavo "diestro en aplicar cataplasmas de resina y pez en una especie de depilación a la cera", tal como apunta Juan Eslava Galán en su libro La vida amorosa en Roma.
¿Qué razones podrían conducir a algunas jóvenes contemporáneas a tatuar sus cuerpos o a horadarlos con pendientes en los lugares más insospechados? Sin entrar en análisis antropológicos muy complicados, la explicación de algunos expertos estaría cercana a la concepción del cuerpo como superficie emisora de mensajes. Las decoraciones permanentes sobre la piel, las incisiones en pezones, nariz y párpados, constituirían la demostración de que el territorio corporal pertenece únicamente a la propia persona.
Algunas mujeres tatuadas o anilladas, cuando lo hacen en términos radicales, albergan la idea de que su manifiesto es su propio cuerpo y la valentía de hacer con él lo que les plazca. Pero en la mayoría de los casos, el piercing y los pequeños tatuajes, promovidos por ciertas tendencias, se encontrarían en una paradójica frontera entre la provocación y el sometimiento al magisterio de las anti-modas o las modas de las tribus.
Alarma. El riesgo de arterias rotas, párpados desgarrados y desfiguraciones permanentes, la falta de normativa al respecto y el desconocimiento de los médicos a la hora de eliminar los colgantes metálicos en caso de infección, han empezado a alarmar a las autoridades médicas europeas. Las regulaciones para evitar males mayores serían muy convenientes. Estas encuestas muestran unos porcentajes bastantes elocuentes de piercing entre la juventud española. Un 31% de los jóvenes de 18 a 29 años, de ambos sexos, reconoce llevar algún tipo de piercing, y un tatuaje en casi un 26%. Además, en las fantasías del 17% de mujeres estaría llevar un piercing en el ombligo, mientras que un 14% de hombres se pondría un anillo en la oreja. También un 16% de mujeres se haría un tatuaje en el tobillo.
La historiadora de Arte France Borel afirma que las modificaciones corporales primitivas funcionan a dos niveles: se oponen al paso del tiempo y prefiguran la muerte. La práctica del piercing contemporáneo afirmaría esa dimensión de juventud permanente, puesto que no contempla la evolución futura de las incisiones realizadas, y sólo en un nivel simbólico (como en todo acto masoquista la aniquilación se mantiene como posibilidad latente) se toma conciencia de la muerte.
Por Lourdes Ventura (El Mundo)
Lourdes Ventura, novelista, es autora de los ensayos "La tiranía de la belleza" (Plaza y Janés) y "La mujer y el placer. Hacia un nuevo hedonismo femenino" (Belacqua).
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